martes, 29 de marzo de 2011

A veces da miedo saltar al vacío pero, ¿me quieres decir que si yo mañana te pidiera matrimonio no saltarías del susto? Caminamos con prisa hacia algùn lugar, nos cruzamos con miles de personas cada día, escuchamos cientos de conversaciones y millones de palabras que, unas veces dicen mucho y otras nada. Nos fijamos en el vestido carísimo que nos compraríamos para una fiesta y nos lamentamos de la cartera vacía que hay dentro del bolso.
Olemos a tabaco, contaminación y a hipocresía.
¿Acaso no es esta la clase de vida rápida, sosa y superficial la que nos debería asustar y lanzarnos desde un séptimo piso? Yo no le tengo miedo a el qué hacer, el qué dirán, la gente que me encuentre, las palabras que oiga, el mal olor de la calle, ni a mi escasa economía.
Yo de lo que realmente tengo miedo es de caer en el círculo vicioso de la sociedad ocupada, vulgar, materialista e insustancial en la que vivimos. Ésta en la que el amor no vale nada, los sentimientos son puramente egoístas, los valores los pone el dinero y los principios descansan en la memoria de algunos de nuestros antepasados.
Más provecho me valdría irme a vivir al fondo del mar y ser la gran amiga de los crustáceos.
Yo le tengo miedo a esto que llamamos mundo. A la destrucción total de la palabra persona.
Hasta mi perro tiene más humanidad; da besitos con cariño y no pide diez dinero a cambio, ni se lo va a contar a los amigos, ni lo venderá como exclusivo en Hola.